VARIEDAD de VOCACIONES: Esta perspectiva de comunión está unida a la capacidad
de la comunidad cristiana para acoger todos los dones del Espíritu. La unidad de la Iglesia
no es uniformidad, sino integración orgánica de las legítimas diversidades.
La Iglesia del tercer milenio ha de impulsar a todos los bautizados y confirmados a tomar
conciencia de la propia responsabilidad activa en la vida eclesial. Junto con el ministerio
ordenado, pueden florecer otros ministerios, instituidos o simplemente reconocidos, para
el bien de toda la comunidad, atendiéndola en sus muchas necesidades: catequesis,
animación litúrgica, educación de los jóvenes, manifestaciones de la caridad.
Se ha poner un generoso esfuerzo, sobre todo con la oración, en la promoción de las
vocaciones al sacerdocio y a la vida de especial consagración. Este es un problema muy
importante para la vida de la Iglesia. Por eso hay que organizar una pastoral de las
vocaciones amplia que llegue a las parroquias, a los centros educativos y familias...
En este contexto cobran su importancia las demás vocaciones, enraizadas básicamente
en el Bautismo. Es particular es necesario descubrir cada vez mejor la vocación propia de
los laicos, llamados como tales a “buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades
temporales y ordenándolas según Dios” y a llevar a cabo “en la Iglesia y en el mundo la
parte que les corresponde... con su empeño por evangelizar y santificar a los hombres”.
Promoviendo las diversas realidades de asociación que siguen dando a la Iglesia una
viveza que es don de Dios constituirán una auténtica primavera del Espíritu. Las
asociaciones y movimientos han de actuar en plena sintonía eclesial y en obediencia a las
directrices de los Pastores.
Una atención especial se ha de prestar a la pastoral de la familia, y al matrimonio vivido
según el proyecto original de Dios. Las familias han de ser conscientes cada vez más de
la atención debida a los hijos y hacerse promotora de una eficaz presencia eclesial y social
para tutelar sus derechos.